Mefisto Teatro ha apostado, casi siempre con buen pie, por versionar con mínimos recursos, algunas voluminosas producciones musicales que en nuestro país la coyuntura económica no permite realizar con todos los recursos necesarios para hacerlo como debe ser.
Obras norteamericanas como Cabaret, y Chicago ya se encuentran en la lista de las puestas escénicas acertadas de esta compañía teatral creada en el 2006 por Tony Díaz, hoy su director general.
Por estos días, el Teatro Mella fue testigo de la última entrega del grupo, ya estrenada en el Café Brecht hace algún tiempo. Se trata de Vaselina, otro emblemático musical estadounidense, basada en la obra Grease creada por Jim Jacobs y Warren Casey en 1972, y que dio lugar en 1977 a la película que protagonizaran John Travolta y Olivia Newton-John bajo la dirección de Randal Kleiser.
Ahora, la versión de Alejandro Milián, trata de cubanizar la historia original, y en el camino, abrevia tanto la trama que le quita lucidez a la dramaturgia y vuelve algo burdas varias de las escenas montadas una sobre las otras, con un hilo de narración que desencanta y hasta incomoda.
Resulta inverosímil en un preuniversitario nuestro de estos tiempos, la misma evocación de una obra que como la original se mueve alrededor del estilo de vida de los jóvenes norteamericanos a finales de la década de los cincuenta, tal como lo refleja el conocido largometraje de marras.
Se entiende que por economía de recursos, prácticamente no exista decoraciones en la escenografía y que las luces sean las encargadas de dar tono en la ambientación, pero la falta de presupuesto no justifica que siendo un teatro musical, precisamente no se convenza en las actuaciones, y mucho menos en la proyecciones y dotes musicales de algunos intérpretes.
Es tan fácil descubrir desde la platea, lo mismo la presencia de varios actores y actrices con cualidades para la danza, que otro grupo arrastrados sobre las tablas para hacer bulto y que con sus descoordinaciones, deslucen las proyectadas coreografías, ya en sí bastante deprimidas.
Y del canto, ni hablar, ser unen voces que no se empatan ni en melodías, entonación, timbre, ni volumen. Es cierto que en su mayoría son solo actores, y los cantantes originales se salen del elenco de la compañía y seguro también del presupuesto de la producción, pero entre lo que se tiene, se puede seleccionar mejor a los protagonistas por su integralidad entre el canto, la danza y la actuación.
Para lograr convencer a los espectadores, sería necesario, al menos, que Sandy (llegada en la presente versión desde Mayabeque) y Danny Zuco (habanero mujeriego y egocéntrico), como estrellas de la historia contada, puedan por lo menos brillar en sus pedacitos de guión juntos. Ella en solitario triunfa, él, solo cuando no canta.
Eso sí, los vestuarios y hasta la moto que aparece en cierto momento sobre las tablas, fueron bien escogidos a la forma de las modas de antaño, aunque rompen con la forma de vestir y de proyectarse los muchachos y muchachas de de un bachillerato actual en Cuba, sin contar la aparición de un celular sin más ni menos y con una justificación que deja mucho que desear.
No obstante, se le agradece a Mefisto Teatro por el intento, y de seguro en otra obra o trabajando más en esta misma, podrán encontrar la senda triunfal que hasta ahora los caracteriza, porque deben tener algo claro: no es hacer un musical de bajo costo por tratar, sino para lograr convencer desde la dignidad de una puesta decorosa y bien pensada.